Diego es una tortuga gigante que ha salvado su especie de la extinción gracias a sus dotes sexuales. Sí, como lo leéis. Ahora, con más de 800 hijos en su particular árbol genealógico, se retira, habiéndose convertido en el héroe de la especie Chelonoidis hoodensis.
Diego ha salvado a su especie | EFE
Diego vive en un centro de la isla de Santa Cruz, en el archipiélago de Galápagos y ya ha cumplido la friolera de 100 años. Y es que los ejemplares de su especie alcanzan incluso los 150 años. Nació en estas islas y llegó a finales de la década de los 50 a Estados Unidos.
Vivió casi dos décadas en el zoológico de San Diego, y fue de allí de donde tomó el nombre por el que hoy es ya archiconocido.
Fue en los años 70 cuando el número de tortugas de la Isla Española de las Galápagos se censó en tan solo 14 ejemplares, con dos machos incapaces de reproducirse por su edad. Estaban en peligro de extinción. Ahí fue donde comenzó a buscarse al "elegido", que terminó siendo Diego, el 'macho alfa'.
Mérito ha tenido su función, y mucho. Desde que la tortuga Diego llegase a la isla, su especie ha pasado de los 14 ejemplares a unos 2.500, de los cuales una cuarta parte serían hijos naturales de Diego.
Ahora la especie está en buena forma y sigue creciendo en este archipiélago. “No diría que está en perfecto estado de salud, porque los registros históricos muestran que probablemente había más de 5.000 tortugas en la isla, pero es una población que está en muy buena forma y crece, lo que es más importante”, ha explicado a la AFP, Washington Tapia, del Galapagos National Park.
En peligro de extinción
Cuidar de estos animales es fundamental. El número de especies extintas en las islas ha llegado a 11 de las 115 originarias que se registraron en el archipiélago.
Las tortugas gigantes son animales con un metabolismo lento y es por eso que el acoplamiento durante el proceso de reproducción es más complicado.
El héroe Diego pesa unos 80 kilogramos, mide casi 90 centímetros de largo y 1,5 metros de alto cuando estira sus piernas y cuello. Debido al reducido tamaño de su caparazón, esta especie es presa fácil, y los marineros las cazaban para poder comer su carne.
Ahora, gracias a Diego, la especie tiene esperanza y vuelve a crecer.
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